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EL LOBBY JUDÍO

EL LOBBY JUDÍO

Pyre INFO 007.- Alfonso Torres ha escrito una reportaje sobre la comunidad judía en la España actual, sus áreas de influencia, su peso real y sus perspectivas en la sociedad, pero también una historia del antisemitismo en España. Ni el propio Osama Bin Laden imaginó los efectos colaterales que producirían los atentados cometidos en Nueva York, cuando estrelló sus comandos suicidas contra las Torres Gemelas. Aquel acto terrorista confirió un dramatismo particular a las comunidades judías del todo el mundo, las cuales se sintieron más amenazadas que nunca por las evidentes connotaciones políticas y religiosas del ataque. Si a esta situación se suma el agravamiento de la crisis entre Israel y Palestina, que ha generado una ola de antisemitismo sin precedentes en la Europa moderna, era normal que todo ello hubiese acabado —como ha ocurrido— motivando el interés de los españoles por sus judíos y amenazando con despertar al león dormido que suponen las aparentemente tranquilas relaciones entre España e Israel.

PVP: 23,00 €
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España, donde mejor se debería conocer a los judíos por haber sido la cuna de Sefarad y donde millones de ciudadanos cuentan con antepasados hebreos, paradójicamente es uno de los países donde menos se sabe de su historia y su realidad actual; de su número y su plena integración a la sociedad española nuestro tiempo; la forma en que en luchan contra el fenómeno de la asimilación para mantener viva la estirpe de David; los personajes no judíos que más se relacionan con ellos, sus esfuerzos por la paz en Oriente Próximo, y sus aportaciones a la cultura y al desarrollo económico del país.

De todo ello se ocupa El lobby judío, un libro que, de paso, intenta deshacer algunos de los mitos antijudíos más enraizados en España, como es la creencia de que los judíos, sin excepción, son ricos, avaros y ortodoxos. Pero sobre todo, este libro desea poner fin a la falsa e injusta idea de que los hebreos españoles forman un grupo compacto de presión para la defensa de sus intereses económicos, "porque sólo reconocen dos patrias: el dinero e Israel".

Fragmentos de la obra

I. Una cultura milenaria

El desembarco

Aunque se trata de un asunto de máxima actualidad en nuestros días, la historia que se cuenta en estas páginas empezó hace muchos siglos, cuando la Península ibérica era una vasta extensión de praderas y montañas en estado casi salvaje, habitada por pueblos indígenas de los que apenas se tiene conocimiento. Se trata de una historia ligada a los tiempos remotos en que llegaron a España los primeros "inmigrantes", procedentes del Mediterráneo oriental, los cuales, sin siquiera imaginarlo, trajeron el germen de una cultura poderosa, la única que en Europa ha sobrevivido a invasiones, guerras y catástrofes, y que no ha podido ser destruida por tiranías ni dictaduras militares, pese a las matanzas masivas, a las dentelladas del nacismo y las persecuciones de que ha sido objeto.

Corrían los últimos años del siglo x a.C., cuando a las playas del sur de lo que hoy se conoce como la piel de toro, llegaron unos marineros fenicios, junto a los griegos y a los cartagineses, los más antiguos colonizadores de la Península ibérica. Una vez establecidos en lo que pasó a ser su nuevo territorio, los fenicios fundaron la localidad andaluza de Gadir (Cádiz), al tiempo que multiplicaron sus asentamientos en diversos puntos de la costa de Málaga y de Granada.

Intrépidos viajeros e intuitivos mercaderes en un escenario en el que se luchaba literalmente a brazo partido por el control del mar Mediterráneo, a los navegantes fenicios, los primeros en poner pie al sur de la península, les movía ante todo un interés comercial; la búsqueda de metales, como cobre y plata, muy abundantes por entonces en el subsuelo de Iberia. Sin embargo, no todos aquellos originarios pobladores del futuro reino de España eran unos simples colonos dedicados a la guerra, la minería o el comercio marítimo. Algunos de ellos eran además fervorosos practicantes de uno de los credos religiosos más antiguos del mundo: el judaísmo, una de las culturas milenarias más ricas y profundas, pero también una de las más perseguidas y controvertidas de todos los tiempos.

De aquellos primeros judíos que llegaron a la Península ibérica en los barcos de los exploradores fenicios sólo existen conjeturas, pero su presencia se ha hecho más patente para los historiadores a partir de la segunda mitad de siglo ii a.C., cuando los gobernantes de Roma se lanzaron a "pacificar Hispania", dando paso a un largo y complejo proceso bélico de conquistas. El desembarco de aquellos hebreos en la Península ibérica marcó el inicio de una de las mayores aventuras protagonizadas por la humanidad: el sefardismo, la formidable aportación cultural, científica, económica y religiosa del pueblo judío originario de España… o de Sefarad, como preferían denominarla en su idioma los descendientes de la estirpe de David.

En Hispania, que comenzó siendo para los romanos una gran proveedora de materias primas, especialmente metales, pero también de esclavos y de soldados, la resistencia a la dominación del Imperio, no evitó que muchas de las grandes ciudades españolas hayan tenido origen en colonias romanas: Corduba (Córdoba), Hispalis (Sevilla), Pompaelo (Pamplona), Emerita Augusta (Mérida), Caesar Augusta (Zaragoza)… Además de guerreros, a muchas de aquellas localidades llegaron hombres de negocios, artesanos y colonos, entre ellos numerosos judíos, que generalmente acompañaban o seguían a los ejércitos con el fin de aprovechar las riquezas de los nuevos territorios.

Coincidiendo con establecimiento y la expansión del Imperio romano, en el seno del judaísmo surgió una nueva religión: el cristianismo, que fue predicada por Jesús de Nazaret, un profeta judío nacido en Israel que se consideraba el Mesías —el hijo de Dios— pero que no fue aceptado como tal por los practicantes de la fe mosaica. El cristianismo, que inicialmente fue difundido por los seguidores de Jesús, todos ellos también judíos, llegó a Roma como una religión oriental de misterios y a partir de ahí se produjo su entrada en España.

La aparición del cristianismo y su posterior implantación fue sin duda el acontecimiento histórico más trascendental ocurrido dentro de las amplísimas fronteras del Imperio romano, y para el pueblo judío uno de los factores determinantes en su devenir histórico. De hecho, en palabras del profesor Henry Méchoulan, "España engendró un tipo particular de judío que aumentó su fuerza y enriqueció su saber gracias al encuentro con dos civilizaciones, dos religiones, dos mundos: el cristiano y el musulmán".

Sin pretenderlo, a la difusión del cristianismo también contribuyó la diáspora del pueblo judío, como se denomina a la diseminación de los hebreos por toda la extensión del mundo antiguo, especialmente intensa desde el siglo III a.C. Numerosos judíos que se habían repartido por las ciudades de todo el Imperio romano, y que como hebreos ya estaban iniciados en el mensaje religioso del Antiguo Testamento, se convirtieron en seguidores de los primeros predicadores cristianos, buena parte de los cuales, a su vez, eran también antiguos judíos.

Cuando en el año 380 el emperador Teodosio, proclamó el cristianismo como religión oficial del Imperio romano, la Iglesia, para asegurar su expansión, empezó a plantear que era obligación de las autoridades civiles castigar la herejía. A partir de ese momento la situación de los judíos empeoró, debido a la promulgación de leyes humillantes y restrictivas que de inmediato surtieron efecto en todos los confines del Imperio, en los que también había presencia hebrea. Para entonces los judíos radicados en la Península ibérica ya habían organizado sus comunidades en localidades como las actuales Ibiza, Mallorca, Tarragona, Mataró, Játiva, Elche, Cartagena, Adra, Granada, Lebrija, Alcalá del Río, Segóbriga, Ávila y Astorga, por citar sólo algunas de las más importantes.

Hacia el siglo v recorrieron la península diversos pueblos bárbaros. De ellos, los más numerosos y romanizados fueron los visigodos, que no llegaron como invasores sino apoyados en un foedus acordado con Roma, por lo que inicialmente fueron considerados un ejército del Imperio. Eran pocos, unos cien mil, comparados con la población hispanorromana, que rondaba los cuatro millones de personas, pero, cuando a finales del siglo v el Imperio romano se disolvió, se convirtieron en la única autoridad; establecieron su capital en Toledo y se dispusieron a crear un Estado propio; un reino en el que la Iglesia acaparó un importante poder político y cultural.

De aquella época es un relato incluido por el periodista Pere Bonnín en su libro Sangre Judía, según el cual las persecuciones visigodas obligaron a algunas familias judías a buscar refugio en la isla de Menorca, donde fueron masacradas junto a los hebreos locales, en un acto que fue calificado como una "gran victoria" del cristianismo por el obispo Severo, en una carta pastoral escrita en el año 418. "Aprovechando una algarada callejera contra los judíos, provocada y atizada por el mismo prelado —explica Bonnín—, los revoltosos incendiaron la sinagoga y mataron a un buen número de judíos, principalmente mujeres. Sólo unos pocos consiguieron salvar su vida escondiéndose en bosques y cuevas". El obispo señaló al final de su carta que poco después de la matanza, quinientos cuarenta judíos se habían convertido "milagrosamente".

Los reyes visigodos, con los cuales la Iglesia llegó a presidir todos los estamentos sociales más influyentes, contaban con un consejo asesor, el Aula Regia, formado por nobles y obispos. Pero los concilios, reuniones de los obispos que presidía el rey, imponían también sus criterios políticos. Cuando en el año 589 el hijo del rey Leovigildo, Recadero —y con él todos los visigodos— abandonó el arrianismo 4 y se convirtió al cristianismo en el III Concilio de Toledo, la situación para los judíos se complicó todavía más. Se les prohibió la celebración de la Pascua y la circuncisión, y llegó un momento en que ni siquiera les estaba permitido casarse entre ellos por el rito judío. En un intento de cortar por lo sano los gobernantes visigodos ordenaron que los niños judíos fueran apartados de sus padres para ser educados en la religión cristiana y aislaron forzosamente de sus parientes a los hebreos conversos.

En tales condiciones no es extraño que el rey Sisebuto haya perseguido con extraordinaria saña a arrianos y judíos, ni que después Recesvinto, hacia el año 654, ordenase el bautismo de todos los hebreos radicados en su territorio, norma que llevaba aparejado el decreto de libertad de sus esclavos y la expulsión de los recalcitrantes. De ahí a que en el 695 fueran confiscados, por ley, los bienes de los judíos, sólo hubo un paso.

 

PVP: 23,00 €
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