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A TUMBA ABIERTA... o las tragecias del confidente

A TUMBA ABIERTA... o las tragecias del confidente

Pyre INFO 003.- Lavadera es un individuo que se ha movido durante años en el proceloso territorio de las “alcantarillas”. Colaboró con las fuerzas de seguridad del Estado y estuvo infiltrado en la “trama asturiana” presuntamente vinculada al robo de explosivos… La “versión oficial” del 11-M sostiene que fueron esos explosivos los que estallaron en los trenes del 11-M. El problema es que nada encaja en esa versión: los explosivos robados fueron muchos menos que los que estallaron en los trenes, los que se encontraron en la vía del Ave, Madrid-Zaragoza, los que estallaron y los que no estallaron en la vivienda de Leganés. Y, para colmo, ni siquiera está demostrado que fuera Goma-2 ECO, lo que estalló en los trenes.

PVP: 22,00 €

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Por si la posición de la “versión oficial” no estuviera suficientemente comprometida, Lavandera asesta uno de los más duros golpes: los servicios de seguridad del Estado lo sabían todo sobre los explosivos y la trama que los “comercializaba”… y no hicieron absolutamente nada. ¿Qué implica este dato? Simplemente que algunos funcionarios pagados con el dinero público, o bien eran unos incompetentes que pueden ser acusados de dejación de funciones, como mínimo, o bien esos funcionarios fueron cómplices en la trama que acabó con la vida 192 personas. En cualquier caso, ninguno de estos funcionarios se sienta en el banquillo de los acusados, ni siquiera ha sido investigado por los dos ministros socialistas que se han sucedido en Interior… lo cual implica que el gobierno ZP tiene un desinterés absoluto en hurgar más allá de la “versión oficial”. De todo esto deriva la importancia del testimonio de Lavandera.

 

 

Se trata de una obra que trasciende, con mucho, el 11-M. En realidad, podría ser definida de otra manera: “cómo se forja, golpe a golpe, un confidente”. Por que, Lavandera era un confidente policial… y de los buenos.

Dejaron morir ahogada a su mujer y ahora quieren matarlo a él. Le han disparado cinco tiros, han destrozado a palos a sus animales y le han llenado el portal de sangre. Es la presión a la que someten al testigo más incómodo del 11-M. Su pecado fue denunciar en el verano de 2001, ante las Fuerzas de Seguridad, que Toro y Trashorras intentaban vender grandes cantidades de explosivos y trataban de encontrar a alguien que pudiera fabricar bombas con teléfonos móviles. No sólo no le hicieron caso, sino que varios policías le amenazaron de muerte si volvía a repetir el secreto que calla desde entonces y que ahora desvela en este libro: Toro mantenía una relación directa con ETA y quiso contratarle para que hiciera de correo con los explosivos para la organización terrorista.

Por fin Francisco Javier Lavandera cuenta en estas páginas, de la mano de Fernando Múgica, toda la verdad del entramado asturiano de la dinamita. Repasa su vida: las palizas en el colegio, su periodo punk, su coqueteo con millonarios golpistas, sus dramáticas vivencias como minero del carbón; transmite, desde su experiencia como vigilante de un club, todos los detalles del sórdido mundo de la prostitución; detalla las relaciones sexuales que ha mantenido con más de cien mujeres y revive las atrocidades que presenció como mercenario en África.


Además, desmenuza los sinsabores de su recorrido por España como testigo protegido, así como el abandono al que ha sido sometido, y por encima de todo demuestra una valentía heroica al dar un testimonio que es imprescindible para acercarse a la verdad del 11-M.

Fragmentos de la obra:

Prólogo de la obra

Está claro que, a pesar de su amor por los animales, no es San Francisco de Asís. La lectura de este libro no sería, por tanto, la más recomendable para llenar el silencio que se imponen algunas monjas, en su convento, durante la comida.Tampoco es un libro para pusilánimes, ni para los que presumen de reconocer a ojos cerrados la diferencia entre el bien y el mal. Se trata de una autobiografía sin censura. El autor ha querido abrir al público su alma sin dejar cerrado ninguno de los armarios del cuarto oscuro. Leer estas páginas supondrá para muchos lectores adentrarse en ambientes desconocidos, callejear por rincones de nuestra sociedad a los que nunca les da la luz. La vida de Francisco Javier Lavandera -acaba de cumplir los cuarenta y dos años- es un fresco salvaje, una pintura en la que abundan los rojos chillones de la sangre, los verdes fluorescentes de los tugurios y los amarillos rancios de las pasiones humanas. Se necesita coraje para no volver la cabeza en algunos pasajes.


No hay capítulo sin sobresalto. Las primeras visitas a la prisión para recoger los regalos de Reyes de manos de un padre torturado y encarcelado por defender con honestidad sus ideales comunistas. La aventura de buscar en los bosques, agarrado a su mano, a los fugados, para entregarles los alimentos arrancados al magro sueldo familiar. Las palizas infantiles que tuvo que soportar, de profesores sádicos, en un colegio religioso de niños bien. La adolescencia, con cresta de punki, cuando tiraba de aquella correa atada a un collar de perro colocado en el cuello de su novia. Los ojos opacos, en su jaula del manicomio, de aquella tía a la que unos falangistas de retaguardia habían vuelto loca de tanto violarla. Los coqueteos con los cachorros de fascistas y sus juegos macabros.


Los cinco largos años en la unidad de elite más dura del Ejército, obligados a caminar cincuenta kilómetros aun con un tobillo averiado, o cuando eran lanzados a la nieve, en calzoncillos, desde un tercer piso. Su soledad absoluta, en aquella noche negra del bosque en la que cargó su arma para pegarse un tiro. Los sesos de aquel cabo veterano esparcidos por las paredes del recinto de su compañía. Los entrenamientos posteriores en las fincas de los ricos para ese Golpe que nunca llegó. El horror de África cuando un mal consejo le hizo enrolarse como mercenario, y donde pudo comprobar, allí, en el corazón de las tinieblas, la fragilidad del ser humano, su propensión a la crueldad, su falta de piedad. Todo resumido en aquel niño tirado en la cuneta. Un cadáver mal oliente con la barriga hinchada y las costillas marcadas.Y las moscas, que habían puesto sus huevos en el interior de su boca, saliendo y entrando dispuestas a atracarse con aquel festín. Con los ojos aún abiertos, y que a Fran, así es como le llaman a Lavandera sus amigos, le pareció que le miraban, desde el otro mundo, sin rencor.


El regreso a casa, ileso, en medio de un vacío que ya nada podría llenar. Ni siquiera el duro trabajo en las entrañas de una mina en la que parecían moverse las paredes cubiertas por millones de cucarachas. Las trampas de unos trabajadores recios que para librarse de una huelga le pedían que les cortara un dedo con su hacha afilada.


Y las mujeres. Rubias, morenas, altas, bajitas, filipinas, dominicanas, colombianas, rumanas, húngaras, brasileñas, españolas. «Más de cien.» Y la etapa final en un antro nocturno, donde la ley del más decidido marcaba las pautas de conducta. Narices rotas, cuellos dislocados, orejas arrancadas. La labor cotidiana de un portero, un vigilante de seguridad, que trataba de mantener su empleo en un mundo mafioso donde se traficaba con menores, con drogas, con armas.


El universo de las «lumis», las prostitutas, visto desde el otro lado del espejo. Pormenorizado en su vida cotidiana más íntima, con sus necesidades, sus ilusiones, sus vicios y virtudes. Un mundo representado por un club de las afueras de Gijón: El Horóscopo. El mismo que se haría famoso porque allí fue donde Antonio Toro ofreció a la venta una enorme cantidad de explosivos en el verano de 2001.

Y ahí es donde comienza la entrada en el escenario público de Lavandera. Para los que aún no conozcan la historia les diré cómo fueron los hechos.


Un muchacho de Avilés, como tantos otros, se acercó a El Horóscopo con mucha pasta fresca en el bolsillo. Antonio Toro y sus amigos, entre los que se encontraba Emilio Suárez Trashorras, dejaban cada noche una cantidad considerable de dinero.Y, como suele suceder en estos casos, intimaron con el portero del club, Francisco Javier Lavandera. Su relación fue esporádica y lenta. Sólo a través de muchos fines de semana consiguieron tener cierta confianza.


Toro, una noche, tentó a Lavandera con un cambio de coche. «El tuyo es una mierda y por muy poco dinero yo te puedo proporcionar un cochazo más acorde contigo. Tengo un Saab 9000 automático que te iría que ni pintado.» Y así fue como, poco a poco, se creó un clima de confianza entre ellos.


Hasta aquella maldita noche en la que Toro lanzó su bomba atómica. Lavandera cuenta con todo detalle cómo se le acercó para ofrecerle una gran cantidad de explosivos a la venta. «Miles de kilos a la semana, si hace falta.» Fran no se lo tomó demasiado en serio hasta que una mañana sus coches se cruzaron cerca del puente que está junto a la comisaría de Policía de Gijón.


Allí fue donde Toro le enseñó, abriendo el capó de su coche, más de cincuenta kilos de dinamita y una gran cantidad de detonadores.Y fue de esa manera como Lavandera se convenció de que aquello iba en serio. Para entonces, y siempre según el relato del propio Lavandera,Toro ya le había dicho que trabajaba en conexión con ETA, que los explosivos eran para ETA y que si quería podía hacer de correo para llevárselos a la organización terrorista. También le habían ofrecido que matara a una persona por cuenta de la misma banda armada.


Hizo lo que hubiera hecho cualquier ciudadano honrado. Se acercó hasta el mostrador de denuncias de la comisaría y relató los hechos. Incluyó un dato que entonces no parecía relevante: aquellos individuos buscaban a alguien que supiera fabricar bombas con teléfonos móviles. Aseguraban que ETA pagaría por ello cualquier cantidad. No sólo no le dieron crédito sino que, para sorpresa de Lavandera, dos policías se le acercaron días después para advertirle que si volvía a relacionar a Toro con ETA era hombre muerto. Se asustó hasta el punto de que cuando volvió a denunciar los hechos ante la Guardia Civil omitió voluntariamente esos detalles fundamentales. Lavandera se defiende asegurando que dio suficientes datos a la Benemérita como para que llegaran a la conclusión de que ETA estaba implicada, a nada que hubieran investigado. No está claro si la Guardia Civil llevó a cabo las pesquisas posteriores de una forma eficiente. El caso es que no llegaron a ninguna conclusión práctica y todos, incluido el propio Lavandera, decidieron dejar correr el asunto.


Toro había sido detenido aquel verano de 2001 en una operación que no tenía nada que ver teóricamente con las denuncias de Lavandera. La policía le pilló en el interior de un coche, en un garaje alquilado por él, casi cien kilos de drogas además de dieciséis cartuchos de dinamita. En la llamada Operación Pípol, cayeron también varios presuntos delincuentes. Curiosamente, su amigo más cercano, el joven que terminó casándose con su hermana, quedó en libertad. Fue precisamente a raíz de esa detención cuando Emilio Suárez Trashorras comenzó a colaborar con la Policía. Conoció al responsable de la lucha antidroga de la comisaría de Avilés, el inspector Manuel García Rodríguez, Manolón y se convirtió en su confidente más productivo. La Policía no informó del tema de los explosivos encontrados a la Guardia Civil, a pesar de ser preceptivo, y Toro salió a la calle para Navidad. En la prisión de Villabona, en esos meses, pudo contactar con jóvenes etarras y con delincuentes marroquíes como Rafa Zouhier, el confidente de la UCO, la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil, implicado en el sumario del 11-M.

Lavandera apenas si vio a Toro tras la salida de éste de la prisión. Estaba escaldado, porque un compañero del club le había advertido de que Trashorras y sus amigos conocían que había sido él quien los había denunciado.


La sorpresa de Lavandera fue tremenda cuando después del 11-M los periódicos publicaron que Emilio Suárez Trashorras había sido fundamental en la trama de los atentados. Llamó de nuevo a un policía amigo suyo y hasta habló con un periódico local para explicar que si aquellos muchachos estaban implicados, el jefe era Antonio Toro y no Emilio. Policías de Información le tomaron una declaración en la que Lavandera incluyó las denuncias inútiles que había hecho en 2001.


Es posible que el nombre de Lavandera jamás hubiera salido a la luz pública. El entonces coronel jefe de la Guardia Civil de la Zona de Asturias, Pedro Laguna -hoy general en León- citó en su declaración ante la Comisión de Investigación del 11-M en el Congreso de los Diputados que se había hecho una investigación, años antes, sobre Toro y Trashorras, sin llegar a ningún resultado positivo. Sin duda era una alusión a la puesta en marcha tras la denuncia de Lavandera. En su segunda comparecencia fue más explícito a preguntas del diputado Jaime Ignacio del Burgo.

Cuando la identidad de Lavandera adquirió más fuerza fue a raíz de que El Mundo publicara una trascripción de una cinta magnetofónica que el agente de Información de la Guardia Civil, Jesús Campillo, le había grabado con su primera denuncia ante ellos, en el verano de 2001. En esa cinta, que los lectores tienen a su alcance íntegra en la dirección de Internet, www.elmundo.es, Lavandera explicaba con muchos datos cómo Toro le había ofrecido una gran cantidad de explosivos, cómo tenían negocios relacionados con Marruecos -a donde querían ir para dirigir todo desde allí- y cómo buscaban a alguien que supiera fabricar detonadores para bombas con teléfonos móviles.


La cinta era explícita. Se había grabado sin el conocimiento ni el consentimiento de Lavandera, pero dejaba claro que la denuncia había existido y que, a nada que se hubieran esforzado, se habría podido desbaratar la banda de la trama asturiana de los explosivos, con lo que el material para los atentados del 11-M no hubiera podido llegar a las manos de los terroristas.Todo eso, al menos, siguiendo la versión oficial de los hechos y aceptando como bueno que los explosivos utilizados el 11-M procedieran de Asturias, dato que encuentro cada vez más inverosímil.


A raíz de la publicación de la cinta el juez declaró testigo protegido a Lavandera y comenzó un calvario que culminó con el extraño suicidio de Lorena, su mujer, un mediodía en el centro de la playa de Gijón. Desde entonces a Lavandera le han amenazado, disparado, matado a sus animales y embadurnado con sangre la puerta de su piso. Parece como si alguien estuviera decidido a que no llegara vivo al juicio del 11-M.


Lavandera cuenta en las páginas de este libro toda la verdad sobre estos episodios, comenzando por la denuncia clara y taxativa ante la Policía de que la banda asturiana de los explosivos tenía una relación directa con ETA.


Estoy convencido de que la lectura de este libro no dejará a nadie indiferente. Cada lector tendrá su propia interpretación de los hechos. Sea cual fuera, considero que estas páginas son imprescindibles para los que quieran acercarse con honradez y sin prejuicios al tema del 11-M.


Cada palabra transcrita en estas páginas ha salido de la boca de Lavandera. Yo me he limitado a ponerlas en orden. Han sido centenares de horas de intenso trabajo. Debo confesar que he jugado con ventaja a la hora de recibir esta confesión porque el autor de este libro no ha querido dejar ningún tema en el tintero por escabroso que pudiera ser. Era la única condición que yo le puse para ayudarle a sacar adelante este proyecto. Su contestación me tranquilizó: «Necesito contar toda la verdad. Si escribo este libro es para llamar a las cosas por su nombre. No lo hago para quedar bien. Cada ser humano lleva en su mochila un montón de acciones buenas y malas y sólo el conjunto de todas ellas sirve para poder llegar a conocer las motivaciones de una persona».


Es imposible escuchar tantas confidencias, por brutales que algunas sean, sin quedar atrapado por una cercanía emocional. Lo que sí puedo asegurar es que no he ejercido ninguna labor de censura ni de edulcoramiento.Todo lo que me ha contado, lo he reflejado, tal cual, en estas páginas. Es evidente que sus vivencias reflejan la verdad tal y como él la ha interpretado. Deberá, pues, ser el lector quien saque sus propias conclusiones.


No sé si Francisco Javier Lavandera ha contado toda la verdad. Ni siquiera sé si todavía quedan, en algún pliegue de su alma, misterios que no quiere revelar. Pero no seré yo quien pretenda juzgarle. Hace mucho tiempo que descubrí, en el abismo de demasiadas guerras, que los parámetros para distinguir el bien del mal son demasiado subjetivos. Lo que sí les garantizo es que, a pesar de sus múltiples contradicciones, Fran es ya uno de mis amigos. Estoy seguro de que resultaría un compañero leal si tuviera que sobrevivir con él en una isla desierta. Por eso prefiero quedarme con su lado positivo: sus ganas de sacar adelante a su maravilloso hijo de cuatro años, su valor para enfrentarse a la verdad aunque ese empeño pueda costarle la vida.


Ojalá estas apasionantes páginas que el lector tiene en sus manos puedan servir para aportar luz en los misterios, cada vez menos insondables, de los «Agujeros Negros» del 11-M.


FERNANDO MÚGICA

Lavandera, a tumba abierta

Por FERNANDO MUGICA | EL MUNDO

El testigo clave de la 'trama asturiana' confiesa: «Quiero contar todo lo que sé antes de que me maten».


Ha sabido guardar el secreto durante los últimos dos años. Francisco Javier Lavandera denunció a la Policía y a la Guardia Civil, en 2001, que Antonio Toro y Emilio Suárez Trashorras ofrecían a la venta grandes cantidades de explosivos. También buscaban a alguien que supiera fabricar bombas con móviles. A pesar de todo, la trama asturiana siguió adelante con sus actividades delictivas. Nadie supo poner coto a una carrera de delitos que, según el sumario del 11-M, fue clave para cometer los atentados. Pero Lavandera había denunciado más cosas que han permanecido hasta ahora ocultas. Recibió todo tipo de presiones para que se callara. Su mujer se ahogó en extrañas circunstancias en la playa de Gijón. Este verano, le dispararon cinco tiros poco antes de matar a sus animales. Lavandera ha escrito un libro, “A Tumba Abierta”, en el que cuenta, al fin, todos los secretos.


El nombre de Francisco Javier Lavandera saltó a los medios de comunicación ocho meses después del 11-M. En una cinta magnetofónica, encontrada casualmente en el cuartelillo de la Guardia Civil de la localidad asturiana de Cancienes, se escuchaba su voz con claridad. Su interlocutor era un agente de Información de la Benemérita que le había grabado esa conversación sin que él se diera cuenta.


La cinta había dormido, en un cajón, durante tres años. La grabación se había producido en el verano de 2001. Lo sorprendente, lo que dejó a todos boquiabiertos, es que en su contenido quedaba claro que ya en esa fecha Lavandera estaba denunciando ante las Fuerzas del Orden una trama de delincuentes asturianos que pretendían vender grandes cantidades de explosivos. Pero lo más inaudito es que los individuos pertenecientes a esa banda, Antonio Toro y Emilio Suárez Trashorras entre otros, querían, siempre según la versión que denunciaba Lavandera, comprar los servicios de alguien que pudiera fabricar bombas con teléfonos móviles.


Han corrido ríos de tinta, con todos los matices imaginables, sobre el contenido de la cinta, la relación de Toro y Trashorras con los atentados del 11-M y la posibilidad que tuvieron las Fuerzas de Seguridad de haberlos evitado, una vez que conocieron la denuncia de Lavandera.


Pero el destino tiene vericuetos crueles. En lugar de convertirse el denunciante en un héroe, en el hombre que intentó evitar los atentados aún a riesgo de su vida, Lavandera fue vapuleado por los medios de comunicación que le asignaron un alias inexistente y lo convirtieron en un delincuente más, aunque no tenía antecedentes penales de ningún tipo.


TESTIMONIO CLAVE

Su testimonio, en la Comisión del Congreso sobre el 11-M, hubiera sido clave para dar un vuelco completo a la investigación. Pero la denuncia de Lavandera fue desprestigiada deliberadamente, después de varios intentos infructuosos de hacer creer, al juez y a la opinión pública, que ni siquiera había existido.


El agente de Información que grabó esa conversación, Jesús Campillo, tuvo el valor de enfrentarse a sus jefes y certificó que Lavandera no sólo había denunciado la trama asturiana de los explosivos sino que se ofreció para hacer de gancho si eso facilitaba la detención de los delincuentes.


La semana pasada pudimos escuchar de labios de Emilio Suárez Trashorras su versión de los hechos. Se desvinculó de la posesión y del tráfico de explosivos, pero reconoció que todas sus actividades en torno a los marroquíes -acusados en la versión oficial de ser autores de la matanza- estaban monitorizadas, controladas y dirigidas por el inspector encargado de la lucha antidroga de la comisaría de Avilés, Manuel García Rodríguez, alias Manolón.


Es evidente que en la llamada trama asturiana hay todavía muchos puntos oscuros. Desde el principio, intuimos que en la versión de los hechos que había dado Francisco Javier Lavandera faltaban algunos datos claves. Las amenazas constantes, materializadas este verano con un atentado en el que le dispararon cinco tiros, tenían que estar motivadas por una razón de peso muy superior a lo que se había revelado.


Lavandera ha vencido por fin su propio miedo. Se ha dado cuenta de que la mejor manera de protegerse es contándolo todo. Por eso se ha decidido a escribir todos los detalles de aquella denuncia que tan graves repercusiones tuvo para su vida. Sus revelaciones se han convertido en un libro clarificador: A tumba abierta, que se pondrá a la venta este martes.


El salto que ha dado ahora ya es irreversible. Los detalles que aporta servirán para ahondar en la investigación del 11-M y abrirán vías muy inquietantes.


SOBRESALTOS

Está claro que, a pesar de su amor por los animales, no es San Francisco de Asís. La lectura de A tumba abierta no sería, por tanto, la más recomendable para llenar el silencio que se imponen algunas monjas, en su convento, durante la comida. Tampoco es un libro para pusilánimes, ni para los que presumen de reconocer a ojos cerrados la diferencia entre el bien y el mal. Se trata de una autobiografía sin censura. El autor ha querido abrir al público su alma sin dejar cerrado ninguno de los armarios del cuarto oscuro.


Leer sus revelaciones supondrá para muchos adentrarse en ambientes desconocidos, callejear por rincones de nuestra sociedad a los que nunca les da la luz. La vida de Francisco Javier Lavandera -acaba de cumplir 42 años- es un fresco salvaje, una pintura ácida en la que abundan los rojos chillones de la sangre, los verdes fluorescentes de los tugurios y los amarillos rancios de las pasiones humanas. Se necesita coraje para no volver la cabeza en algunos pasajes.


No hay capítulo sin sobresalto. Lavandera cuenta las primeras visitas a la prisión para recoger los regalos de Reyes de manos de un padre torturado y encarcelado por defender con honestidad sus ideales comunistas. O la aventura de buscar en los bosques, agarrado a su mano, a los fugados, para entregarles los alimentos arrancados al magro sueldo familiar.


PALIZAS INFANTILES


Tuvo que soportar las palizas de profesores sádicos en un colegio religioso de niños bien. En la adolescencia, adoptó la cresta punki, cuando tiraba de aquella correa atada a un collar de perro colocado en el cuello de su novia. Describe los ojos opacos, en su jaula del manicomio, de aquella tía a la que unos falangistas de retaguardia habían vuelto loca de tanto violarla. Y los coqueteos con los cachorros de fascistas y sus juegos macabros.


Aguantó cinco largos años en la unidad de élite más dura del Ejército en la que eran obligados a caminar 50 kilómetros aun con un tobillo averiado, o lanzados a la nieve, en calzoncillos, desde un tercer piso.


Describe su soledad absoluta, en aquella noche negra del bosque en la que cargó su arma para pegarse un tiro. Los sesos de aquel veterano esparcidos por las paredes del recinto de su compañía. Los entrenamientos posteriores en las fincas de los ricos para ese Golpe que nunca llegó.


Vivió en directo el horror de las matanzas en Africa cuando un mal consejo le hizo enrolarse como mercenario. Pudo comprobar, allí, en el corazón de las tinieblas, la fragilidad del ser humano, su propensión a la crueldad, su falta de piedad.


SERVICIOS PRESTADOS


Y aquel niño tirado en la cuneta. Un cadáver maloliente con la barriga hinchada y las costillas marcadas. Y las moscas, que depositaban sus huevos en el interior de su boca, saliendo y entrando dispuestas a atracarse con aquel festín. Con los ojos aún abiertos, y que a Fran, así es como le llaman a Lavandera sus amigos, le pareció que le miraban, desde el otro mundo, sin rencor. Hasta que se dio cuenta de que el niño se movía y de que, por tanto, aquel cadáver aún estaba vivo.

Regresó a casa, ileso, en medio de un vacío que ya nada podría llenar. Ni siquiera el duro trabajo en las entrañas de una mina en la que parecían moverse las paredes cubiertas por millones de cucarachas. Participó en las trampas de unos trabajadores recios que para librarse de una huelga le pedían que les cortara un dedo con su hacha afilada.


NARICES ROTAS


Y las mujeres. Rubias, morenas, altas, bajitas, filipinas, dominicanas, colombianas, rumanas, húngaras, brasileñas, españolas. «Más de cien». Y la etapa final en un antro nocturno, donde la ley del más decidido marcaba las pautas de conducta. Narices rotas, cuellos dislocados, orejas arrancadas. La labor cotidiana de un portero, un vigilante de seguridad, que trataba de mantener su empleo en un mundo mafioso donde se traficaba con menores, con drogas, con armas.


Describe el universo de las lumis, las prostitutas, visto desde el otro lado del espejo. Pormenorizado en su vida cotidiana más íntima, con sus necesidades, sus ilusiones, sus vicios y virtudes.Un mundo representado por un club de las afueras de Gijón: El Horóscopo. El mismo que se haría famoso porque allí fue donde, según Lavandera, Antonio Toro ofreció a la venta una gran cantidad de explosivos en el verano de 2001.


Y ahí es donde entra en el escenario público Lavandera. Para los que aún no conozcan la historia -los que dicen que se pierden con tanta información del 11-M- les resumiré como fueron los hechos.


Un muchacho de Avilés, como tantos otros, se acercó a El Horóscopo con mucho dinero en los bolsillos. Antonio Toro y sus amigos, entre los que se encontraba Emilio Suárez Trashorras -que más tarde llegaría a convertirse en su cuñado- dejaban cada noche una considerable cantidad de efectivo. Y, como suele suceder en estos casos, intimaron con el portero del club, Francisco Javier Lavandera. Su relación fue esporádica y lenta. Sólo a través de muchos fines de semana consiguieron tener cierta confianza.


Toro, una noche, tentó a Lavandera con un cambio de coche. «El tuyo es una mierda y, por muy poco dinero, yo te puedo proporcionar un cochazo más acorde contigo. Tengo un Saab 9000 automático que te iría que ni pintado.» Y así fue como, poco a poco, se creó un clima de camaradería entre ellos.


MILES DE KILOS


Hasta aquella maldita noche en que Toro lanzó su bomba atómica. Lavandera cuenta con todo detalle cómo se le acercó para ofrecerle una gran cantidad de explosivos a la venta. «Miles de kilos a la semana, si hace falta.» Al principio no se lo tomó demasiado en serio hasta que una mañana sus coches se cruzaron cerca del puente que está junto a la comisaría de Policía de Gijón.


Allí fue donde, según Lavandera, Toro le enseñó, abriendo el capó de su coche, más de 50 kilos de dinamita y una gran cantidad de detonadores. Y fue de esa manera como Lavandera se convenció de que aquello iba en serio.


Se sabe que hizo lo que cualquier ciudadano honrado hubiera hecho. Acudir a la Policía para denunciar los hechos. Pero lo que nunca había contado hasta ahora, el secreto que mejor ha guardado en todos estos años, es precisamente la esencia del libro que se pondrá a la venta a partir del martes día 12 de septiembre y cuya prepublicación daremos desde mañana en las páginas de nuestro periódico.


Tras conocer esos secretos, se comprende que haya vivido aterrorizado durante estos dos años. Para salvaguardar su vida y la de los suyos, prefirió callar. No era para menos. Por si olvidaba la amenaza, no han dejado de acosarle desde que se conoció su nombre en la prensa.


Lo más grave le sucedió en el otoño de 2004. Lorena, su mujer, una joven brasileña que trabajaba con serpientes en los espectáculos de streaptease del club y con la que tuvo un hijo, murió ahogada sin que nadie fuera capaz de auxiliarla en la playa, a mediodía, y en pleno centro de Gijón. Las autoridades dijeron en su día que se había hecho todo lo posible por salvarla. Él, sin embargo, está convencido de que la dejaron morir. Un antiguo empleado del club Horóscopo le proporcionó a ella cinco gramos de droga la noche anterior. Se trataba de un hombre, nacido en Bilbao, al que ahora le saldrá el juicio en relación al caso.


Lavandera tuvo que añadir al dolor de la muerte trágica de su mujer la impotencia de no poder disponer de libertad de movimientos para al menos estar, en esas circunstancias, cerca de los suyos. Se encontraba inmerso en un programa de protección de testigos. El juez Del Olmo había considerado que su vida corría un peligro real. Un juez asturiano ya había ordenado que le protegiera la Policía Local de Gijón, tras la publicación en la prensa de la transcripción de la cinta con sus revelaciones a la Guardia Civil. Luego, pasó a estar bajo la protección de los especialistas de la Policía Nacional, que lo mantuvieron viajando por España de incógnito durante seis meses.


CARNÉ FALSO


Le proporcionaron un carné de identidad, expedido el 23 de noviembre de 2004, a nombre de José Ramón Prieto Fernández, natural de la localidad asturiana de Pola de Siero. El domicilio que figura en ese carné es curiosamente: calle Libertad.


Este verano le han retirado ese carné, varios meses después de que perdiera la condición de testigo protegido. La excusa dada por los policías que procedieron a esa retirada fue de lo más peregrina: «El que te lo preparó hizo una chapuza y vamos a quitarlo de en medio para que no se meta en un lío.»


Nada más dejar de ser testigo protegido, recibió en su domicilio un macabro mensaje. Eran las fotos de la autopsia de Lorena.En el sobre, habían escrito una frase escrita a mano con letras mayúsculas: «Para que te acuerdes de tu mujer».


En su teléfono, no ha cesado de recibir llamadas amenazadoras. Han derramado sangre en el portal de su piso. Y ha recibido todo tipo de advertencias verbales.


Este verano la cosa fue a mayores. Cuando llegaba en su vehículo a la pequeña finca donde cuidaba de unos animales, recibió cinco balazos. Su habilidad al volante, su sangre fría y una pistola de nueve milímetros, para la que tiene licencia de tiro olímpico, le salvaron de una muerte cierta.


Un informe de la UCO, la unidad operativa de la Guardia Civil que manda el coronel Hernando, ha puesto en duda su versión de los hechos. En el Ministerio del Interior prefirieron considerar el tema como un ajuste de cuenta sin más entre mafiosillos. Luego, vino el apaleamiento brutal de sus animales. Dispararon contra su perro al que dejaron colgado por el cuello y muerto en la valla de la finca junto a la que sufrió el atentado.


Pero ni los balazos ni las amenazas verbales ni ninguna otra clase de presión han hecho mella en este hombre.


Es ahora cuando está más dispuesto que nunca a contar la verdad. Se siente maltratado por la prensa en general, que le colgó, desde el primer momento, el sambenito de posible delincuente al identificarle con un presunto alias que nunca tuvo: Lavandero. Hasta ahora, no tiene antecedentes penales. Su único delito ha sido denunciar ante la Policía, la Guardia Civil y, más tarde ante los jueces, los hechos delictivos de los que tuvo conocimiento. Afortunadamente para él, su denuncia quedó grabada y nadie podrá alegar ahora que no lo advirtió.


Lavandera aprendió a no fiarse de las Fuerzas de Seguridad. Por eso las denuncias de estos últimos años las ha hecho siempre directamente ante los jueces. Ha tratado de desenmascarar a las tramas mafiosas de venta de drogas, explosivos, armas y trata de blancas que se mueven en los bajos fondos de Gijón.


Lavandera siempre dijo, a quien quería escucharle, que miembros de las Fuerzas del Orden estaban mezcladas con esas mafias y que se lucraban encubriendo los negocios ilícitos de la noche gijonesa.


Al margen de sus denuncias, la vida de Lavandera está plagada de episodios dramáticos muy anteriores al 11-M. Siempre se ha movido en la delgada línea que separa a los ciudadanos normales del abismo en el que cualquier aberración es posible.


Ha tenido que emplear la violencia, demasiadas veces, para sobrevivir en un mundo en el que el lenguaje de la razón tiene muy poco que hacer. Borrachos, drogadictos, delincuentes y prostitutas han sido su incómoda compañía cotidiana.


A tumba abierta, el libro en el que ha reflejado todas sus vivencias, supone bastante más que la confesión de un ser humano individual. Supone un acercamiento a la sociedad periférica española en la última mitad del siglo XX. La represión franquista, los amagos de Golpe de Estado, la rebelión y sumisión de los mineros, la guerra de dos mundos antagónicos, dos concepciones de la sociedad, libradas en el tablero africano, le rebelión estética de la juventud y su ruptura con la sociedad burguesa.


MAFIA Y CORRUPCION

Es difícil adentrarse con más profundidad en el mundo de los clubs de prostitución. Lavandera desgrana todo el mosaico de vejaciones al que tienen que someterse mujeres de decenas de nacionalidades que llegan a España con la esperanza de una vida mejor. Los entresijos de las mafias organizadas y de la corrupción policial se mezclan en las páginas del libro, con historias de amor y desamor, sexo salvaje y sometimientos inaceptables.


De la mano de Lavandera y de su lenguaje realista y descarnado se puede recorrer la vida de cada rincón de un local en el que terminó por fraguarse la trama delincuencial que, según nos han contado, hizo posible que se cometiera el peor atentado de la Historia de España. Su terror, su miedo por él y por su familia, estuvo justificado. Desde mañana, el lector conocerá aquello por lo que le dijeron: «Si lo cuentas te mataremos».

PVP: 22,00 €

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